Ruta   10 - La Campiña del Henares

10 Rutas para conocerla - 

AACHE Ediciones  Guadalajara entera


EL VALLE DEL HENARES


La Campiña del Henares es, en punto a arte y tipismo, la menos interesante de las comarcas de Guadalajara, quizás por ser hoy la más dinámica socio-económicamente, la más poblada, y por tanto la que menos ha conservado sus raíces más autóctonas. Ello no quiere decir que no merezca ser visitada, y que en muchos lugares se encuentren sorpresas fantásticas, y agradables entornos urbanísticos, estupendos monumentos artísticos, y agradables fiestas populares.


Se abandona Guadalajara, por la carretera de la Campiña, acompañando siempre al río Henares que corre entre espesas arboledas de álamos y chopos en su margen derecha, y las curiosas «terreras» o desplomes rojizos de erosión en su margen izquierda. Hacia el norte nos encontraremos primeramente con Fontanar, donde destaca el gran caserón que fue «Casa-Cartuja» de los monjes cartujos de el Paular, y una iglesia de corte moderno. Enseguida llegamos a Yunquera de Henares, donde debe admirarse su iglesia parroquial, de valiente torre con múltiples detalles góticos, incluidas curiosas ventanas con escudos, y el interior, de tipo «salón» con diseño de Alonso de Covarrubias, un recinto de serenas proporciones. Cerca está el palacio de los Mendoza, que aquí tuvieron señorío durante largos siglos, y dejaron un palacio en el que hoy se admira su galería porticada, de tradicional trabajo en piedra y madera, sumando algunos capiteles interesantes del primer renacimiento, y escudos de diversas alianzas de este apellido. En los alrededores de Yunquera está la ermita de la Virgen de la Granja, donde se ha conseguido crear un estupendo parque con arboledas, mesas para comer al aire libre, paseos y fuentes, muy bien articulado en torno a la ermita donde se venera a la patrona de la villa.


Siguiendo la ruta se llega a Mohernando, en un otero, señorío que fue de la Orden de Santiago y cabeza de su encomienda. Queda del antiguo esplendor una rollo centrando la plaza, un Ayuntamiento de modernas líneas, y un templo a medio construir, en el cual estuvo (hoy desmontado) el mausoleo con las estatuas de los que fueron sus señores en el siglo XVI, don Francisco de Eraso, secretario del emperador Carlos, y su mujer doña Mariana de Peralta. Más allá se alcanza Humanes, ya en la orilla del Henares y en su entronque con el Sorbe. En ese lugar de encuentro pueden aún verse los restos de la ciudad medieval de Peñahora, habitada desde tiempos remotos, y lugar de control y cobro de impuestos en el Medievo a los viajeros que obligadamente pasaban por allí su itinerario junto al Henares. Humanes ofrece un grandioso templo parroquial, y estupendos paisajes y lugares de recreo en torno a la ermita de la Virgen de Peñahora.


Desde Guadalajara, el trayecto del Henares discurre hacia el Sur con eje en la autovía de Aragón. Por ella llegamos a Azuqueca de Henares, hoy un enclave industrial y residencial con grandes establecimientos fabriles, y en cuyo casco antiguo merece verse la plaza mayor y la iglesia de San Miguel, de típica arquitectura renacentista campiñera, con galería porticada al sur. Es lo mismo que vemos en los cercanos pueblos de Alovera, cuya parroquia añade en su interior el interés de un magnífico retablo de pinturas renacentistas; enQuer, con otro templo renacentista y el recuerdo de haber vivido en ese lugar el gran humanista y cronista del reino don Juan Páez de Castro; en Cabanillas del Campo, con un templo que ofrece la portada renacentista y la gran torre de aparejo de ladrillo y mampostería, muy propia de tierras como el valle del Henares donde escasea la piedra; finalmente, muy cerca otra vez de la capital, Marchamalo ofrece el encanto de su plaza mayor típica campiñera, y en ella el antiguo palacio barroco de los Ramírez de Arellano, hoy convertido dignísimamente en establecimiento hostelero de alto nivel.


Camino del valle del Jarama, otra ruta desde Guadalajara nos lleva a visitar lugares como Galápagos, en la orilla del arroyo Torote, y allí admirar el palacio de los Almenara, de cálidas formas barrocas, señoreando la plaza mayor, más la iglesia parroquial que es un precioso ejemplar de «renacimiento-mudéjar» pues conjuga ambos estilos en su admirable figura: de una parte el renacimiento más elegante en su atrio porticado con esbeltas columnas sobre plintos, y en el ábside la traza mudéjar del ladrillo multiplicando sus formas en ciegos arcos. Desde allí se llega a El Casar, en la meseta que media entre los valles del Henares y Jarama. En esta localidad campiñera se admira su templo parroquial, con un retablo magnífico, de nueva talla, pero hecho a imitación del primitivo renacentista desaparecido en Guerra. Además del edificio del Ayuntamiento que preside la típica plaza mayor, en el Casar se debe visitar el Calvario, una ermita sin techumbre y con amplios arcos que permiten la contemplación de su interior, en el que surge un calvario con tres rudas tallas en piedra. Al final de un agradable paseo, las vistas sobre la sierra Central son impresionantes.


Si desde Guadalajara caminamos hacia el Jarama por Marchamalo y Usanos, llegamos primeramente al Cubillo de Uceda, donde es obligado visitar su templo parroquial, verdadera joya de esa simbiosis «renacimiento-mudéjar» que ya hemos visto en Galápagos. Aquí encontramos, en el ambiente mudéjar, un ábside colosal, gigantesco, de planta semicircular y muro de ladrillo cuajado de arquillos ciegos en múltiples combinaciones, rematando en torre similar, con ventanas de arcos en herradura; y en el ambiente renacentista, el cuerpo del templo, de tres naves separadas por altas columnas que rematan en impresionanes capiteles decorados con grutescos, obra indudable de Alonso de Covarrubias, lo mismo que su portada de acceso por el muro occidental, en la que columnas, frisos, arquitrabe y frontón más la hornacina que lo remata con talla de San Miguel, son de la mano y el ingenio del famoso arquitecto castellano. Desde allí se alcanza enseguida Uceda, colgada sobre el hondo valle del Jarama. Posición fortísima en la Edad Media, propiedad en señorío de los arzobispos toledanos, la antigua alcazaba árabe fue aprovechada y construido sobre ella un castillo desde el que surgía la enorme muralla que rodeaba por completo a la población. Muy escasos restos quedan hoy de aquella estructura urbana: el castillo es apenas un montón de ruinas informes. Y de las murallas sobreviven algunos fragmentos de torreones esquineros. Sí que permanece, y merece ser admirada, la iglesia mayor del poblado medieval, la Virgen de la Varga, obra románica de transición al gótico, muy posiblemente mandada construir por el arzobispo Ximénez de Rada. Convertido su interior en cementerio, sorprende su portada de arcadas apuntadas y bello conjunto, así como los arcos y bóvedas de la cabecera, que se traducen al exterior en un conjunto muy digno de tres ábsides semicirculares de perfecto románico. En el interior, la nueva iglesia parroquial, de enormes proporciones, mandada construir en el siglo XVI por el Cardenal Silíceo, y en la plaza mayor el remozado edificio de la casona que perteneció a los cartujos de El Paular, convertido hoy en agradable estancia hostelera, más otros edificios y caserones nobles con escudos de armas. Desde Uceda puede bajarse al valle del Jarama, y ya por provincia de Madrid subir hasta la presa del Pontón de la Oliva, una de las más antiguas obras hidráulicas españolas, en un paisaje valiente preserrano. O bajar por Casa de Uceda al mismo valle y alcanzar lugares como Valde-peñas de 
la Sierra y Alpedrete, que mantienen por su aislamiento preciosas piezas de arquitectura serrana.