La Campiña del Henares es, en punto a arte y tipismo, la menos interesante de las comarcas de Guadalajara, quizás por ser hoy la más dinámica socio-económicamente, la más poblada, y por tanto la que menos ha conservado sus raíces más autóctonas. Ello no quiere decir que no merezca ser visitada, y que en muchos lugares se encuentren sorpresas fantásticas, y agradables entornos urbanísticos, estupendos monumentos artísticos, y agradables fiestas populares.
Se abandona Guadalajara, por la carretera de la Campiña,
acompañando siempre al río Henares que corre entre espesas
arboledas de álamos y chopos en su margen derecha, y las curiosas
«terreras» o desplomes rojizos de erosión en su margen izquierda.
Hacia el norte nos encontraremos primeramente
con Fontanar, donde destaca el gran caserón
que fue «Casa-Cartuja» de los monjes cartujos de el Paular, y una
iglesia de corte moderno. Enseguida llegamos
a Yunquera de Henares, donde debe admirarse
su iglesia parroquial, de valiente torre con múltiples detalles
góticos, incluidas curiosas ventanas con escudos, y el interior, de
tipo «salón» con diseño de Alonso de Covarrubias, un recinto de
serenas proporciones. Cerca está el palacio de los Mendoza, que
aquí tuvieron señorío durante largos siglos, y dejaron un palacio
en el que hoy se admira su galería porticada, de tradicional
trabajo en piedra y madera, sumando algunos capiteles interesantes
del primer renacimiento, y escudos de diversas alianzas de este
apellido. En los alrededores de Yunquera está la ermita de la
Virgen de la Granja, donde se ha conseguido crear un estupendo
parque con arboledas, mesas para comer al aire libre, paseos y
fuentes, muy bien articulado en torno a la ermita donde se venera a
la patrona de la villa.
Siguiendo la ruta se llega a Mohernando, en
un otero, señorío que fue de la Orden de Santiago y cabeza de su
encomienda. Queda del antiguo esplendor una rollo centrando la
plaza, un Ayuntamiento de modernas líneas, y un templo a medio
construir, en el cual estuvo (hoy desmontado) el mausoleo con las
estatuas de los que fueron sus señores en el siglo XVI, don
Francisco de Eraso, secretario del emperador Carlos, y su mujer
doña Mariana de Peralta. Más allá se
alcanza Humanes, ya en la orilla del Henares
y en su entronque con el Sorbe. En ese lugar de encuentro pueden
aún verse los restos de la ciudad medieval
de Peñahora, habitada desde tiempos remotos,
y lugar de control y cobro de impuestos en el Medievo a los
viajeros que obligadamente pasaban por allí su itinerario junto al
Henares. Humanes ofrece un grandioso templo parroquial, y
estupendos paisajes y lugares de recreo en torno a la ermita de la
Virgen de Peñahora.
Desde Guadalajara, el trayecto del Henares discurre hacia el Sur
con eje en la autovía de Aragón. Por ella llegamos a Azuqueca de
Henares, hoy un enclave industrial y residencial con grandes
establecimientos fabriles, y en cuyo casco antiguo merece verse la
plaza mayor y la iglesia de San Miguel, de típica arquitectura
renacentista campiñera, con galería porticada al sur. Es lo mismo
que vemos en los cercanos pueblos de Alovera,
cuya parroquia añade en su interior el interés de un magnífico
retablo de pinturas renacentistas; enQuer, con
otro templo renacentista y el recuerdo de haber vivido en ese lugar
el gran humanista y cronista del reino don Juan Páez de Castro;
en Cabanillas del Campo, con un templo que
ofrece la portada renacentista y la gran torre de aparejo de
ladrillo y mampostería, muy propia de tierras como el valle del
Henares donde escasea la piedra; finalmente, muy cerca otra vez de
la capital, Marchamalo ofrece el encanto
de su plaza mayor típica campiñera, y en ella el antiguo palacio
barroco de los Ramírez de Arellano, hoy convertido dignísimamente
en establecimiento hostelero de alto nivel.
Camino del valle del Jarama, otra ruta desde Guadalajara nos lleva
a visitar lugares como Galápagos, en la
orilla del arroyo Torote, y allí admirar el palacio de los
Almenara, de cálidas formas barrocas, señoreando la plaza mayor,
más la iglesia parroquial que es un precioso ejemplar de
«renacimiento-mudéjar» pues conjuga ambos estilos en su admirable
figura: de una parte el renacimiento más elegante en su atrio
porticado con esbeltas columnas sobre plintos, y en el ábside la
traza mudéjar del ladrillo multiplicando sus formas en ciegos
arcos. Desde allí se llega a El Casar, en la
meseta que media entre los valles del Henares y Jarama. En esta
localidad campiñera se admira su templo parroquial, con un retablo
magnífico, de nueva talla, pero hecho a imitación del primitivo
renacentista desaparecido en Guerra. Además del edificio del
Ayuntamiento que preside la típica plaza mayor, en el Casar se debe
visitar el Calvario, una ermita sin techumbre y con
amplios arcos que permiten la contemplación de su interior, en el
que surge un calvario con tres rudas tallas en piedra. Al final de
un agradable paseo, las vistas sobre la sierra Central son
impresionantes.
Si desde Guadalajara caminamos hacia el Jarama por Marchamalo y
Usanos, llegamos primeramente al Cubillo de
Uceda, donde es obligado visitar su templo parroquial,
verdadera joya de esa simbiosis «renacimiento-mudéjar» que ya hemos
visto en Galápagos. Aquí encontramos, en el ambiente mudéjar, un
ábside colosal, gigantesco, de planta semicircular y muro de
ladrillo cuajado de arquillos ciegos en múltiples combinaciones,
rematando en torre similar, con ventanas de arcos en herradura; y
en el ambiente renacentista, el cuerpo del templo, de tres naves
separadas por altas columnas que rematan en impresionanes capiteles
decorados con grutescos, obra indudable de Alonso de Covarrubias,
lo mismo que su portada de acceso por el muro occidental, en la que
columnas, frisos, arquitrabe y frontón más la hornacina que lo
remata con talla de San Miguel, son de la mano y el ingenio del
famoso arquitecto castellano. Desde allí se alcanza
enseguida Uceda, colgada sobre el hondo valle
del Jarama. Posición fortísima en la Edad Media, propiedad en
señorío de los arzobispos toledanos, la antigua alcazaba árabe fue
aprovechada y construido sobre ella un castillo desde el que surgía
la enorme muralla que rodeaba por completo a la población. Muy
escasos restos quedan hoy de aquella estructura urbana: el castillo
es apenas un montón de ruinas informes. Y de las murallas
sobreviven algunos fragmentos de torreones esquineros. Sí que
permanece, y merece ser admirada, la iglesia mayor del poblado
medieval, la Virgen de la Varga, obra románica de transición al
gótico, muy posiblemente mandada construir por el arzobispo Ximénez
de Rada. Convertido su interior en cementerio, sorprende su portada
de arcadas apuntadas y bello conjunto, así como los arcos y bóvedas
de la cabecera, que se traducen al exterior en un conjunto muy
digno de tres ábsides semicirculares de perfecto románico. En el
interior, la nueva iglesia parroquial, de enormes proporciones,
mandada construir en el siglo XVI por el Cardenal Silíceo, y en la
plaza mayor el remozado edificio de la casona que perteneció a los
cartujos de El Paular, convertido hoy en agradable estancia
hostelera, más otros edificios y caserones nobles con escudos de
armas. Desde Uceda puede bajarse al valle del Jarama, y ya por
provincia de Madrid subir hasta la presa del Pontón de la Oliva,
una de las más antiguas obras hidráulicas españolas, en un paisaje
valiente preserrano. O bajar por Casa de
Uceda al mismo valle y alcanzar lugares
como Valde-peñas
de la
Sierra y Alpedrete,
que mantienen por su aislamiento preciosas piezas de arquitectura
serrana.