Sigüenza es la vieja ciudad medieval que controla el paso por el
río Henares. Desde la más remota Antigüedad, por el Henares pasaron
caminos y vías romanas que tuvieron enSegontia su
estación obligada. Atalaya de arévacos, conquistada duramente por
los romanos, pequeño enclave árabe, es en 1123 que pasa a poder de
los cristianos, tras la conquista militar por un ejército comandado
por el obispo don Bernardo de Agen. Se establece una sede episcopal
en este lugar y en 1153 es recibida en señorío por estos obispos de
manos del rey de Castilla Alfonso VII.
Durante largos siglos, Sigüenza es un bastión militar y comercial
dirigido por los obispos, señores de la ciudad y del territorio
circundante, abarcando el alto Henares, y los cercanos valles de
los ríos Dulce y Salado. Ponen castillos en sus atalayas más
sobresalientes, y ellos mismos residen en la alcazaba seguntina, el
castillo que corona la ciudad.
Una sucesión de cien obispos forma la historia con nombres de
Sigüenza. Desde principios del siglo XII, en que se conquista y
adquieren el señorío, hasta finales del XVIII, en que Díaz de la
Guerra renuncia al señorío voluntariamente, se suceden nombres
importantes en la política castellana y española. Entre ellos, cabe
recordar a Alonso Carrillo de Albornoz, Pedro González de Mendoza,
Diego de Espinosa, y Díaz de la Guerra, el obispo ilustrado y
constructor de obras públicas.
En Sigüenza casi no existió la aristocracia civil, ni destacaron
otras personalidades que no fueran eclesiásticas, dominado todo
siempre por el obispo y el Cabildo catedralicio. Una numerosa corte
de funcionarios, de letrados y artistas al servicio del episcopado,
fueron los que dieron animación y vida a esta ciudad. También se la
dió la Universidad, creada a finales del siglo XV por el vicario
episcopal don Juan López de Medina. En la Universidad seguntina,
que duró hasta el siglo XIX, se impartieron cursos de Medicina,
Teología, ambos derechos y Filosofía, y hubo en ella eminentes
sabios como catedráticos y alumnos.
Sigüenza tiene hoy una bien ganada fama de ciudad turística porque
ha sabido guardar con dignidad y mimo todo el sabor medieval de
ocho siglos largos de historia y urbanismo. Pasear por sus
empinadas y estrechas calles, escoltadas de viejos templos,
palacios y murallas, con el diálogo permanente establecido entre el
orgulloso castillo en lo más alto, y la bella catedral a media
cuesta, regados ambos en el valle por el río Henares y las umbrosas
alamedas de paseo, supone un gozo difícilmente
igualable.
El viajero debe admirar en Sigüenza el conjunto de la ciudad, que puede llevar el calificativo de medieval con toda justicia, pues quedan vivos los elementos de aquella época: lasmurallas rodean casi por completo el viejo burgo, y se observan algunas de sus puertas: la del Hierro, en la parte alta; la del Sol, mirando al valle del Vadillo; la del Arco Mayor, etc. En el casco antiguo, destacan las calles que llaman Travesañas, rectas y cuajadas de los edificios que ocuparon los judíos, cuyas casas/tiendas quedan aún visibles, y la Calle Mayor, que desde la impresionante Plaza Mayor, rodeada de la catedral, Ayuntamiento, y casas de los canónigos, sube hacia el Castillo, escoltada por la iglesia románica de Santiago y diversos palacios y conventos.
La Catedral es el monumento mayor de
Sigüenza. Se inició su construcción a finales del siglo XII en
estilo borgoñón, con planta de tres naves que hoy culminan en
amplio crucero y tras la capilla mayor se abre una girola cuyos
muros dan albergue a capillas estrechas. Está construida en los
estilos propios de la Edad Media: románico en sus puertas y muchos
detalles, entre ellos las torres gemelas que le dan silueta
castillera; y gótico en su interior, con voluminosos pilares que se
abren en bóvedas de crucería, rosetones espléndidos en lo alto de
los muros del crucero, la torre del Santísimo sobre la puerta del
mediodía y los arbotantes de gran efecto que al exterior sujetan la
estructura del ábside.
Además, el interior de la catedral de Sigüenza es un verdadero
museo con decenas de elementos interesantes, que dejarán asombrado
a quien con paciencia la visite. Entre ellos, cabe destacar los
diversos enterramientos góticos y platerescos: el del obispo
Fernando de Luxán, en la capilla de san Pedro; el de Juan Ruiz de
Pelegrina, en la de San Marcos; los de los hermanos canónigos Juan
y Antón González de la Monjúa en la nave del Evangelio; el del
primer obispo don Bernardo de Agen al inicio de la girola; el
enterramiento-altar del obispo don Fadrique de Portugal, en el
brazo norte del crucero, es un espectacular ejemplo de la escultura
plateresca. Y finalmente el enterramiento de Martín Vázquez de
Arce,el Doncel, el caballero seguntino que murió en la
Vega de Granada, en 1486, peleando contra los moros, y que ofrece
la más alta representación de la serenidad, del humanismo, y de la
perfección escultórica, de modo que su contemplación,
imprescindible, es una de las metas de miles de viajeros en su
recorrido seguntino.
Estancias como el gran claustro de tradición gótica aunque
construido en el siglo XVI; la Sacristía mayor o de las
cabezas, debida a Alonso de Covarrubias, con 300 cabezas muy
expresivas decorando la bóveda de cañón de esa estancia; la aneja
Capilla de las Reliquias, de Jamete; los púlpitos que dan escolta a
la entrada de la capilla mayor, en la que luce un grandioso retablo
de talla policromada de Giraldo de Merlo, más una serie de hermosos
enterramientos góticos; la serie de rejas en hierro forjado,
originales de Juan Francés y Hernando de Arenas, sin olvidar el
Museo catedralicio, instalado en la antigua Sala Capitular, donde
se admiran tapices flamencos, ediciones incunables, y orfebrería
singular.
En Sigüenza debe admirarse, tras atravesar la Plaza Mayor,
espléndido ejemplar de plaza castellana, trazada en el siglo XV por
indicación del Cardenal Mendoza, la Calle Mayor, a cuya mitad
destaca la portada de la iglesia de Santiago,
románica de principios del siglo XIII, con arquivoltas profusamente
decoradas por tracerías mudéjares. Y en lo alto de todo
el Castillo, hoy dedicado a Parador Nacional,
y que ofrece su perspectiva grandiosa desde cualquier ángulo que se
le mire, con un patio de armas imponente, y salones bellísimos de
tinte medieval dedicados a los fines propios de su misión
actual.
Por la ciudad vieja cabe admirar aún la iglesia de San
Vicente, también románica, con portada bellísima e
interior muy bien conservado;
la Casa del
Doncel, en una plazuela cercana, con su
imagen medieval pura; la
vieja Cárcel que preside su plazuela,
los restos de la sinagoga, la portada de
la Casa de la
Inquisición, y ya en la parte baja del burgo,
el barrio barroco de San Roque, con sus alineadas calles, su ermita
del Santo, hoy habilitada como Museo de la obra pictórica de Fermín
Santos, su Colegio de Infantes, y la
Alameda, el gran espacio arbolado que
construyeron los obispos en el siglo XVIII para solaz de
eclesiásticos y entretenimiento de pobres. Al final de ella destaca
la iglesia de San Francisco, [hoy de
Ursulinas], de un limpio barroco, y más allá, junto al río Henares,
la iglesia de Nuestra Señora de los Huertos,
gótica con detalles espléndidos de escultura y pintura en su
interior. No debe olvidar el viajero admirar el edificio de la
antigua Universidad, en la calle
Villaviciosa, hoy Palacio Episcopal, y el
antiguo Hospicio [Colegio de la Sagrada
Familia] frente a él. La mezcla de rasgos medievales, renacentistas
y barrocos, tan nítidos y contrastados, es lo que le da carácter a
Sigüenza.
El viajero debe desde Sigüenza desplazarse a los
pueblos que la circundan. La mayoría de ellos comulgan de alguna
manera en la historia de la Ciudad Mitrada, debido al influjo de
sus obispos y canónigos.
Por occidente hay que llegar, tomando la carretera que conduce a
Atienza, en primer lugar a Palazuelos. Villa
amurallada que conserva íntegro el circuito de su primitiva cerca,
levantada en el siglo XV por el marqués de Santillana. Al pueblo se
accede todavía a través de las puertas dispuestas en zigzag,
grandes torreones de cuadrada planta con dos portones de
semicircular arco, uno al exterior y otro al interior del pueblo.
Escudos de armas de sus señores lucen sobre los dovelajes. En un
extremo de la muralla se alza el castillo, bien conservado. En el
interior de la villa, una larga calle medieval en la que surge la
iglesia, románica, algunos palacios con escudos y la fuente. Todo
un espectáculo, imprescindible de contemplar.
Siguiendo la carretera a occidente se llega
a Carabias, lugar donde se admira la mejor
iglesia de románico rural del contorno. Una galería extaordinaria
de arcos semicirculares sobre columnas pareadas expresa la fuerza
de este estilo, tan propio de la comarca seguntina y serrana. En
realidad, esta iglesia tiene abiertas galerías a los cuatro puntos
cardinales, lo cual supone una rareza notable en el románico
castellano. La puerta del templo se constituye por arquivoltas
sencillas y columnas con capiteles decorados.
Del cruce de Palazuelos surge la carretera que sube
a Pozancos, entre huertos y arboledas. Allí
también se admira un templo parroquial románico, con hermosa puerta
de arquivoltas baquetonadas y capiteles de hojas de acanto. En su
interior, la interesante capilla con el enterramiento del
eclesiástico don Martín Fernández, señor de Pozancos, en estilo
gótico de escuela seguntina.
Y siguiendo hacia el valle del río Salado, debe admirarse, de una
parte en Imón el conjunto de
las salinas, que se explotan desde la más remota antigüedad,
aunque los edificios que hoy vemos son del siglo XVIII. Están en
explotación y en uno de los palacios del pueblo se ha instalado una
interesante Casa Rural que es al mismo tiempo
centro de restauración artística y escuela de artes. Río arriba, el
viajero llegará hasta la impresionante presencia del castillo de
Riba de Santiuste, una fortaleza medieval muy bien conservada que
fue propiedad de los obispos seguntinos, y que aprovecha la
estrecha espina rocosa de un alborotado cerro para alzarse
orgullosa sobre el valle y los contornos.
Desde Sigüenza al norte se puede
visitar Guijosa, donde otro castillo de buena
planta y abandonado destino nos ofrece su silueta medieval. Tiene
aún entera la torre del homenaje, y de su cerca altiva surgen
garitones y almenas. Henares arriba encontramos la pequeña joya
románica de Cubillas, restaurada y
encantadora con su breve galería porticada. Y aún más al norte se
alcanza Horna, en cuyo término nacen las
aguas del río Henares, ya justo en el límite con Soria, en las
altas tierras de la sierra Ministra.
Desde Sigüenza hacia el este merece visitarse, en primer
lugar, Barbatona, el santuario mariano de la
comarca, donde se da culto a Nuestra Señora de la Salud, a la que
se hacen multitudinarias romerías en primavera y verano. En su
santuario, que centra el poblado, se encuentra la talla de la
Virgen, que es románica, aunque hoy está revestida al viejo estilo,
y multitud de ex-votos colgando de las paredes. Siguiendo al este
encontraremos el desvío que lleva a Jodra,
imprescindible de ver porque se trata de una pequeña aldea adornada
con el jugo rural de su templo románico, íntegro y perfecto desde
que se construyera en el siglo XIII: pórtico al sur, espadaña al
oeste, ábside semicircular a oriente, portada de arcos
semicirculares, capiteles vegetales y al interior una sola nave con
bóveda de cañón y arco mayor de paso al presbiterio: una perfecta
pieza de románico rural. También se encuentra otro ejemplar,
bellísimo y más grande, en Sauca, donde la
galería porticada se extiende a sur y oeste, una espadaña enorme
perfila el templo, y hasta los capiteles ofrecen mayor riqueza y
curiosidad antropomorfa.
Ya hacia el sur, desde Sigüenza debe visitarse el valle del río
Dulce. Estrecho y violentas sus paredes acantiladas, en su primer
tramo se parará el viajero en el mirador dedicado a Félix Rodríguez
de la Fuente, que en estos lugares filmó sus mejores reportajes
sobre la fauna ibérica. Luego bajará por la zigzagueante carretera
hasta Pelegrina, donde además del encanto del
pueblo mínimo, surge la sorpresa del templo románico, y en lo alto
la vencida silueta de su castillo, que fue también sede veraniega
de sus señores, los obispos de Sigüenza y desde cuyo solar circuido
de torreones se divisa un espectacular paisaje. Por ese valle puede
hacerse una ruta a pie desde Pelegrina, o en coche alcanzando los
lugares por sus caminos de acceso, hasta el enclave
de La Cabrera,
también recogido entre altas peñas, y el
de Aragosa, precioso rincón donde el agua es
protagonista, saltando entre peñas y remansándose en las balsas de
sus molinos.