La Alcarria es la comarca más conocida y característica de la provincia de Guadalajara. Aunque es muy grande, podemos recorrerla en varias direcciones, y la que tiene su centro en los Pantanos es la que nos va a mostrar los mejores encantos de la comarca, tanto paisajísticos como patrimoniales y gastronómicos. En la Alcarria hay que venir a ver suaves paisajes de olivares y cereal, pequeños valles cuajados de huertas y alamedas, pueblecitos arropados por cerros yesosos y formas antiguas de hacer y construir, de ver la vida con serenidad y en silencio.
Desde Guadalajara partimos por la carretera de Cuenca o «de los
Pantanos». Enseguida se asciende a la meseta en la que debe
visitarse sin excusa el monasterio de San Bartolomé de
Lupiana, que se encuentra a tan sólo 10 Kms. de la
capital. Fundado en el siglo XIV por un grupo de eremitas
alcarreños, consiguieron del Papa la Bula para fundar Orden
(jerónima) y monasterios. El primero fue el de Lupiana, al que
siguieron otros en Guadalupe, La Mejorada, e incluso El Escorial
sería otro nacido de esta orden. En Lupiana el Monasterio creció
enormemente, siendo siempre la sede del General y lugar de reunión
de los Capítulos. La construcción actual, admirable, no tiene ya
edificios de la fundación. Pero puede verse un pequeño claustro
mudéjar del siglo XV, y especialmente el gran claustro trazado y
dirigido por Alonso de Covarrubias en 1535, que es una de las
máximas obras del Renacimiento español. Es interesante también los
restos de la iglesia, de corte escurialense, de una sola nave con
presbiterio en alto. Cayeron sus bóvedas, que estaban cubiertas de
pinturas de artistas italianos, a comienzos del siglo XX, y hoy
sirve de romántico jardín. La fachada y torre de este templo surge
en medio del parque arbolado que rodea al monasterio. Abre los
lunes por la mañana solamente.
El viajero puede continuar por la retorciada carretera hasta el
pueblo de Lupiana, donde admirará su plaza mayor, presidida por el
rollo o picota central, y un Ayuntamiento del siglo XVIII. En lo
alto, la iglesia parroquial muestra una portada plateresca
exquisita, que recuerda el estilo covarrubiesco, y en el interior,
de gran volumen, el artesonado del presbiterio es mudéjar.
Siguiendo el Matayeguas se asciende luego a la meseta y se
visita Valdeavellano, donde sorprende también
en su plaza mayor el rollo o picota, y al final del pueblo la
iglesia parroquial, en este caso románica con alta espadaña,
galería porticada, gran portada de arquivoltas semicirculares y
canecillos decorados, y al interior unas curiosas pinturas de
estilo románico con representación de dragones, caballeros y
músicos. En la bajada hacia Arbancón se
localiza la fuente de la villa, con gran escudo imperial. Se sigue
después, desde el alto de las Majadillas, hacia el valle del río
Tajuña, donde pueden visitarse sus numerosos pueblos típicos. Uno
de ellos es Valfermoso, que se alza en el
mismo borde de la meseta, vigilante del valle. Tras ascender por la
retorcida carretera se alcanza la villa, en la que es de admirar su
urbanismo, con calle mayor a trechos soportalada, la iglesia
parroquial con una espectacular portada manierista, y sobre todo el
castillo, que perteneció como la villa toda a los Mendoza, y que
además de su gran torre del homenaje muestra un semisubterráneo con
un aljibe de construcción islámica.
Tajuña abajo se visitará Armuña, en cuyo
término se alza una impresionante estación de comunicaciones con
grandes pantallas de rádar, y tranquilos paisajes y rincones en las
orillas del río, delicia de excursionistas y pescadores. Armuña
ofrece una sencilla iglesia de estilo renaciente, y más abajo se
llega a Aranzueque, donde se puede pasear por sus calles, en las
que surgen palacios y construcciones típicamente alcarreñas, para
llegar a la colina donde asienta la iglesia, de portada
renacentista e interior grandioso y bien proporcionado, obra del
siglo XVI.
La carretera nueva «de los pantanos» lleva al viajero en muy poco tiempo hasta las Entrepeñas del Tajo, donde en 1955 se inauguró la presa de este nombre, que recoge las aguas del gran río hispano formando un embalse de proporciones gigantescas. Junto al embalse de Buendía, que recoge las aguas del río Guadiela, y cuya presa se encuentra en la provincia de Cuenca, forman el mayor conjunto de recursos hidráulicos de España, aprovechados hoy especialmente como reservorios de agua para el riego en provincias levantinas, Y también, cuando los años son generosos en lluvias, como recurso turístico. Sacedón, junto al pantano, es un lugar que, sin contar con especiales atractivos patrimoniales (una iglesia parroquial de grandes dimensiones, y una ermita de la Santa Cara de Dios, manierista) ofrece al visitante la animación propia de un puerto de mar, pues la orilla del pantano, especialmente lo que se denomina el «paseo marítimo», está cuajado de lugares donde comer, descansar y entrar en conversación con cuantos por allí pasean o andan en torno a las numerosas embarcaciones de recreo. Viajar en barco por el pantano de Entrepeñas, en un día luminoso, con las aguas inacabables de rabioso color azul, es un gozo que nadie debería perderse. Las orillas son los mansos paisajes olivareros de la Alcarria más pura.
Desde Sacedón pueden recorrerse las orillas del pantano y admirar
sus antiguos y bellos pueblos. Por la orilla derecha, debe
admirarse Auñón, con un urbanismo encantador, callejas empinadas y
estrechas, y un templo renacentista junto al caserón de los
comendadores calatravos, más la capilla del obispo de Salona,
cuajada de escudos. En su término, y por caminos bien señalizados,
se visita la ermita de la Virgen del Madroñal, con altar barroco y
hospedería aneja, pero sobre todo con unas vistas idílicas sobre la
superficie acuosa del pantano. Aguas arriba
está Alocén, que permite también hermosas
perspectivas del embalse, lo mismo que El
Olivar, donde los últimos años se han ido restaurando y
acondicionando sus edificios, de tal modo que hoy constituye un
enclave de urbanismo limpio y atractivo, muy «alcarreño».
Finalmente, en esa orilla derecha se debe llegar
hastaBudia, la villa de mayor riqueza artística
del contorno, y en ella pasear las calles para encontrar
interesantes edificios: en la plaza mayor pregona su antigüedad el
edificio de Ayuntamiento, con su cárcel aneja (en la que pasó una
noche encerrado, según cuenta él mismo, Camilo José Cela en su
«Viaje a la Alcarria») y su gran fuente. Muy cerca se alza el gran
edificio de la iglesia parroquial, cuya portada es eminentemente
plateresca, de corte covarrubiesco, y en el interior deben
admirarse los enterramientos renacentistas, y sobre todo las tallas
de Juan de Mena dedicadas a la Dolorosa y al Ecce Homo, exquisitas
tallas barrocas que merecen por sí solas el viaje. Por las calles
cuestudas de Budia se admirarán los viejos palacios blasonados, y
al final de la cuestuda calle mayor, donde también se encuentra la
llamada «Casa del Obispo», se llega a las ruinas del convento de
frailes carmelitas, abandonado pero ofreciendo aún la grandiosidad
de su fachada típica de la Orden. También en las afueras debemos
admirar el gran rollo, símbolo de la justicia propia y del título
de villa. Bajando hacia el pantano, la siguiente parada ha de ser
en Durón, donde el aire de la Alcarria se
adensa en construcciones típicas, hermosos edificios como el de la
vieja Carnicería, la gran iglesia parroquial de manierista portada,
la fuente barroca y el rollo a la entrada, aunque todo en Durón es
admirable y merece una visita reposada.
En la orilla izquierda del pantano, el viajero llegará, por cómodas
carreteras, a lugares como Chillarón del Rey,
con una iglesia en la que se admira su imprsionante retablo
barroco; y a Pareja, lugar preferido que fue
de los obispos de Cuenca. En su plaza mayor quedan los enormes
muros de su palacio episcopal, junto al nuevo Ayuntamiento y la
vieja olma que antaño llegó a cubrir con sus ramas la plaza toda.
En la iglesia parroquial se admira especialmente la portada
meridional, de gran efecto plateresco, y en su interior, de
amplitud sorprendente, el retablo y numerosos detalles que
confirman haber sido construida y adornada a lo largo de varios
siglos.
Río Tajo arriba, debe visitarse Gualda, con
su enorme iglesia barroca y el palacio que llaman de Carlos III,
una impresionante edificación civil muy bien conservada. La ermita
de la Inmaculada es también merecedora de una visita, así como la
recientemente excavada necrópolis visigoda, muy cerca del caserío.
Se sigue luego hasta Henche, con su templo
románico, y los Gárgoles, donde sorprende la
gran cantidad de cuevas para hacer vino que existen en los cerros
junto a los pueblos, y finalmente se llega a Cifuentes o Trillo,
objeto de otra ruta.
Desde Sacedón hacia oriente, pasando del Tajo al Guadiela, de
Entrepeñas a Buendía, el viajero alcanzará primero la villa
de Córcoles, en la que además de su parroquia
de estilo románico dedicará la mañana en visitar las ruinas del
monasterio cisterciense de Monsalud, el más
espléndido edificio de arquitectura monacal de la provincia. Es un
conjunto que se encuentra ya en avanzado estado de restauración, y
en el que debe admirarse la iglesia, de tres naves, con una
cabecera espléndida de tres ábsides semicirculares; el claustro, de
tradición gótica, con bóvedas de crucería en tres de sus alas, y la
Sala Capitular, espacio que se muestra completo y original, con dos
columnas centrales rematadas en grandes capiteles de los que surgen
las espectaculares bóvedas de crucería que cubren la sala. Además
se han recuperado las grandes salas de dormitorio de los monjes,
refectorio, hospedería, portería, y una interesante bodega. Sin
duda que este gran monasterio medieval, en el que hace siglos
bullía la vida y los peregrinos llegaban a millares para implorar
la salud a la Virgen a la que allí se veneraba, bien merece una
detenida visita.
Poco más allá, en la orilla del Guadiela ahora remansado en
pantano, está Alcocer, villa histórica que
ofrece al visitante la belleza arquitectónica de su templo
parroquial, una verdadera joya del románico-gótico. Su medieval
estampa es rota por la torre, de remate más moderno, pero en sus
muros se abren las portadas de estilo románico y gótico, con
profusión de adornos, y en el interior, de tres altas naves, las
crucerías y los apuntados arcos, todo ello recubierto de
ornamentación de bien tallados elementos vegetales, más la girola
calada tras el altar mayor, confieren a este templo de Alcocer la
característica de una catedral en miniatura, sorprendente siempre.
En el pueblo se admiran algunos viejos palacios con escudos, el
hospital medieval, el convento de clarisas, todo ello ocupado por
viviendas particulares. Y aún restos de la muralla que tuvo,
algunos torreones, y el recuerdo de haber sido conquistada a los
moros en el siglo XI por el capitán cidiano Alvarfáñez de
Minaya.
Poco más allá de Alcocer, el viajero prolongará su excursión por
algunos de los pueblos que forman, en el lado de Guadalajara, la
histórica «Hoya del Infantado», cuya capital es sin discusión la
villa conquense de Valdeolivas. Aquí admiraremos
en Millana su templo de Santo Domingo,
de grandes dimensiones y perfecta arquitectura románica, con
portada cuajada de decoración de monstruos y figuras humanas; más
el caserón de los Astudillo, con un enorme escudo de
armas. Salmerón aún, con su plaza
porticada, netamente alcarreña, y la iglesia parroquial de bellas
portadas e interior armonioso, y finalmente la llegada
a Castilforte, en medio de un paisaje abrupto
de olivares y pinos.