A la villa ducal de Cogolludo se la ha
calificado como «llave de la Sierra» porque desde esta villa, de
gran importancia histórica y patrimonial, se inician todas las
rutas que dan acceso a los viajeros que se dirigen a la Sierra del
Ocejón y Ayllón, a la lamada Sierra Negra de
Guadalajara, en la que destaca la comarca correspondiente a la
«Arquitectura Negra» hoy en trámites de declaración como Patrimonio
de la Humanidad.
Cogolludo se alza sobre una colina oteando el
valle del río Aliendre, que tras unas arboledas alcanza al Henares
por su orilla derecha. Poblada en su altura por primitivos pueblos
de cultura neolítica, como se ha demostrado al excavar la gran
acrópolis de La Loma del Lomo, fue luego
sede de asentamientos romanos y árabes, constructores estos de su
castillo inicial. La importancia histórica de Cogolludo se inicia
en la Edad Media, a partir de siglo XI, en que es recibida en
donación de los reyes castellanos por la Orden militar de
Calatrava. Pasa luego a poder de la familia Mendoza, y por alianzas
la recibe a finales del siglo XV la de La Cerda, que con el título
de duques de Medinaceli gobiernan gran parte de las sierras
centrales. En ese señorío permaneció la villa hasta el siglo XIX.
Su vida, tranquila y apartada, reconoció la llegada de los
acontecimientos hispanos más singulares: la Inquisición, las
órdenes religiosas (aquí hubo carmelitas y franciscanos) y la
Guerra de la Independencia, que en Cogolludo tuvo por protagonista
máximo a Juan Martín el Empecinado, quien desde aquí
hostigó con su guerrilla al enemigo francés.
El patrimonio monumental de Cogolludo tiene un gran interés, y se
centra en su gran Palacio Ducal, que preside
la hermosa Plaza Mayor de la villa,
soportalada y abierta al mismo tiempo. Llenando con su masa pétrea
el costado norte de dicha plaza, el palacio de los duques de
Medinaceli ofrece su gran fachada de proporciones horizontales, con
prominente almohadillado en su paramento. Una portada central
cubierta de ornamentación plateresca, acoge en su tímpano el escudo
de la familia constructora, rodeado de palmetas que podrían
representar grandes mazorcas de maíz. Un tondo circular ofrece,
escoltado por querubines, el escudo familiar, y sobre la fachada se
distribuyen ventanales ajimezados de corte gótico. La fachada se
remata en una crestería en la que se distinguen figuras del
ajedrez. Al interior, es de admirar la traza de su patio, del que
solamente queda la galería baja, con arcos semicirculares y
capiteles del primer Renacimiento alcarreño. En el salón principal,
una gran chimenea de ornamentación gótico-mudéjar, especialmente
llamativa, con escudos. Este palacio fue trazado a finales del
siglo XV por el arquitecto de los Mendoza Lorenzo Vázquez, y en él
se reconoce la primera faceta del estilo renacentista en España,
sobre todo en planificación y articulación del palacio
señorial.
Además debe visitarse en Cogolludo la iglesia
parroquial de Santa María, que fue edificada en el siglo
XVI por Juan Sanz del Pozo y sus hijos Hernando y Pedro del Pozo,
entre otros arquitectos que consiguieron hacer de ella un
impresionante edificio con estructura clásica gótica, aunque ya
netamente renacentista en su ornamentación: dos bonitas puertas a
mediodía y poniente dejan paso a las tres naves separadas por
gigantescos pilares que se abren en lo alto en perfectas bóvedas de
crucería. En una capilla lateral se puede admirar el cuadro al óleo
del tenebrista José Ribera el Españoleto,
representando los momentos previos a la Crucifixión de Cristo. Le
llaman «el capón de palacio» porque fue entregado a la parroquia
como regalo por los duques un año en que estos lo sustituyeron por
el habitual «capón» con el que pagaban su reducido impuesto
material a la parroquia.
Y aún podemos visitar el edificio de la iglesia de San
Pedro, de aspecto externo muy simple, pero con un interior
solemne, de altas bóvedas y restos interesantes de pinturas. Además
el viajero observará las ruinas de lo que fue convento
de Carmelitas, con su fachada típica de esta orden. Todo
ello sin dejar de subir hasta el castillo,
curiosa edificación de muchos siglos de antigüedad, pues en su
origen fue árabe, y luego fuerte alcazaba cristiana de la que hoy
queda el recinto central y algunos desmochados
torreones.
En Cogolludo, además de las fiestas típicas de Santa Agueda, en
febrero, con participación masiva de las mujeres, y de las de la
Asunción de la Virgen, en Agosto, con toros y otros
entretenimientos, el viajero puede en cualquier momento degustar en
los diversos restaurantes de la villa otro de sus atractivos
máximos, el cabrito asado, que aquí proponen con su mejor
punto.
Desde Cogolludo se abren los caminos hacia la
Sierra Negra. Antes de lanzarse a ellos, el viajero puede bajar
hasta el cauce del río Sorbe, y
por Aleas llegar
a Beleña, donde admirará una de las
interesantes iglesias del románico rural de Guadalajara: en su
templo de San Miguel destaca la galería porticada que cobija la
portada principal, adornada con múltiples capiteles de escenas
bíblicas y, sobre todo, de una arquivolta externa en la que los
artistas del siglo XIII tallaron con precisión las escenas propias
de cada mes del año. Un mensario único y admirable.
Por Arbancón, donde se visita el empinado
caserío que culmina en la iglesia en la que se guarda un precioso
retablo mayor dedicado al apóstol Santiago, se sigue
por Muriel, ya en el cauce alborotado y
hermoso del río Sorbe hasta Tamajón. Aquí se ve, sobre la llanada
fría y abierta dominada por la sierra del Robledal con su alto pico
Ocejón (2.047 mts.) en el centro, un pueblo de limpio urbanismo y
rectas calles, en las que destaca el antiguo palacio de los
Mendoza, hoy Ayuntamiento, y el de los Montúfar, con gran escudo de
armas, así como la iglesia parroquial en un alto, de arquitectura
originalmente románica, y las ruinas de una fábrica de cristal y de
un convento de franciscanos. Tamajón sirve, en cualquier caso, como
perfecto punto de partida y estancia estretégica para visitar
la Sierra Negra de Guadalajara.
Si decidimos ir primero a la cara sur del Ocejón, al amplio valle
del Concejo de Campillo, pasaremos nada más salir de Tamajón por la
llamada Ciudad Encantada que es un espacio de
rocas calizas muy erosionadas y con formas llamativas, entre las
que aparecen algunas cuevas profundas que sirvieron de habitación
al hombre primitivo y en las que dejó huellas en forma de pinturas.
Además puede visitarse la ermita de los Enebrales, en medio de un
bosque denso que en otoño, además, se llena de setas. La carretera
sigue, ascendiendo entre jarales, hacia los pueblos de Campillejo,
El Espinar, y Campillo de Ranas, todos ellos con hermosos
ejemplares de la «arquitectura negra», característicos de esta
comarca, y que se componen de oscuras masas de piedras de pizarra
con tejados de lo mismo, estrechas puertas y ventanas, y elementos
auxiliares como los hornos, las tainas, los lavaderos y
cementerios, todos ellos realizados con los mismos materiales, de
modo que dan un aspecto de homogeneidad y pureza a esta modalidad
constructiva de pizarras, única en Castilla.
En El Espinar se ha construido un Centro
de interpretación de la Arquitectura Negra, y desde este pueblo se
puede acercar el viajero hasta Roblelacasa,
donde verá también, en medio del silencio de la deshabitación,
ejemplares hermosos y típicos de esta arquitectura. En medio de un
paisaje húmedo y verde se alza la capital del
valle, Campillo de Ranas, con su iglesia de
Santa María Magdalena, cuya torre ofrece una curiosa alternativa de
piedras calizas blancas con lajas negras de pizarra. Aquí se vive
con intensidad la magia de esta arquitectura única, pues en sus
edificios construidos con las técnicas ancestrales el uso de la
pizarra es masivo, por no decir único. Más adelante
alcanzamos Robleluengo, a cuyo conjunto
tradicional se le ha añadido recientemente la iglesia. El viajero
de estas trochas no debe perderse otros dos lugares de la
sierra: La
Vereda y Matallana,
con preciosos conjuntos de este tipo constructivo tan espectacular.
Se llega a ellas desde una carretera que sale del pantano del Vado,
al que también se llega desde una desviación que surge a poco de
salir de Tamajón. El final del camino lo tenemos
en Majaelrayo, donde parará el rutero a ver
su iglesia, sus anchos plazales, sus edificios singulares, siempre
con la perspectiva del pico Ocejón al fondo. La carretera sigue
ahora en dirección a la Somosierra, y tras pasar por encantadores
paisajes de rocas y arboledas, asciende hasta el puerto de la
Quesera, pasa junto al Pico de la Buitrera, y desciende a tierra de
Segovia por Riaza.
Desde Majaelrayo, parada obligada siempre y punto de destino en
muchos casos, puede hacerse la ascensión más cómoda al Pico Ocejón.
Está bien señalizada, y se hace primeramente la subida entre
jarales hasta la Peña Bernarda, después se sigue el espinazo del
monte alcanzando sucesivamente el collado Perdices, el Ocejoncillo
y finalmente la cumbre, en la que se coloca un Belén cada año el
domingo anterior a la Navidad.
Pero desde Tamajón podemos visitar esta Sierra
Negra por la cara norte del Ocejón. En esta ruta
llegaremos primeramente hasta Almiruete, encantador lugar con
edificios bellísimos y perspectivas únicas, entre las que destaca
su iglesia paroquial, la más interesante de toda la comarca, de
estructura románica con una gran espadaña picuda adornada de bolas
talladas. En Almiruete son de ver las fiestas de las vaquillas y
botargas que se celebran a principios de Febrero, plenas de color y
ancestralismo. Sigue la carretera, totalmente asfaltada,
hacia Palancares, y tras pasar un denso
robledal se llega a Valverde de los
Arroyos atravesando un pequeño puente sobre el
naciente río Sorbe. En Valverde también destaca la arquitectura de
sus edificios, que en este caso podemos catalogar de «arquitectura
dorada», por ser la piedra de gneiss la que predomina, aunque se
sigue usando con profusión la pizarra, sobre todo en las cubiertas.
Nuevos edificios construidos escrupulosamente con las técnicas
tradicionales dan a este pueblo una belleza de conjunto que
dificilmente se olvida. En su plaza, junto al juego de bolos, se
alza la pequeña iglesia, y por aquí y allá surgen los estrechos
pasadizos, las cuestas, las galerías de madera, y siempre la
pizarra omnipresente. Desde aquí se puede subir al Ocejón, cuya
cumbre está más cerca pero también más difícil. En cualquier caso,
lo que sí merece la pena, en una excursión de una hora tranquila,
es ascender arroyo arriba hasta las «chorreras de Despeñalagua»,
unas cascadas que forman las aguas que descienden de las cumbres, y
que especialmente en primavera son abundantes y espectaculares,
quedando a veces completamente heladas.
En Valverde se debe asistir a la fiesta
de la Octava del
Corpus, al final de la primavera, en la que los
danzantes revestidos de atavíos blancos, mantones negros y gandes
gorros de flores multicolores danzan dirigidos por el botarga ante
el Santísimo Sacramento, habiendo años en que se añaden
representaciones de Loas y Autos. Desde aquí el viajero seguirá,
por un desvío que surge en el profundo cauce del sorbe,
a Umbralejo, el pueblo que compró Icona
cuando quedó deshabitado, y que ha sido reconstruido y habilitado
como Centro Educacional y Aula de Naturaleza. Puede visitarse en
días de fiesta, observando con toda precisión modos constructivos y
usos de estos pueblos. La carretera sigue ascendiendo hacia la
Sierra Gorda, pudiendo hacerse paradas
en La
Huerce y Valdepinillos,
admirando los espectaculares paisajes de esta vertiente norte del
Ocejón, en los que crecen pequeños bosques de pino negro, en las
mayores alturas. Finalmente, se accede a la cumbre, desde la que se
baja por densos pinares a la zona de Galve y los
Condemios.
Desde Cogolludo debe plantearse otra ruta que asciende a la Sierra
del Santo Alto Rey. Por ella se alcanza primero San
Andrés del Congosto, donde puede admirarse lo que queda
del estrecho paso que el río Bornoba hacía entre altas rocas, en
las que se abre todavía la cueva de los Murciélagos,
y el torreón del viejo castillo vigía del Corlo. En ese estrecho se
ha levantado una presa que forma tras ella el embalse del Bornova,
con hermosas perspectivas paisajísticas. Tras cruzar peladas
sierras se llega a Hiendelaencina, el mítico
lugar de las minas de plata, que llegó a tener 10.000 habitantes a
principios del siglo XX. Conserva esta localidad un gran interés
urbanístico, con su gran plaza en la que se ve el monolito que
conmemora el descubrimiento de las minas, y muchas calles y plazas
de serena apariencia, todo ello por supuesto, en arquitectura
negra. En los alrededores se ven las bocas de las minas, y las
torres de sus hornos, e incluso por un camino puede llegarse hasta
la ya abandonada estación minera de «La Constante», en el fondo del
valle del Bornova. Tras atravesar la carretera este río en el
molino de Villares de Jadraque, podemos
acercarnos a este pueblo, donde admiraremos el novedoso «Museo
Rural» instalado en su antigua fragua restaurada. La carretera
sigue ascendiendo y alcanza el pueblo
de Bustares, donde aparece otra de las
iglesias románicas de esta comarca, con portada de arcos
semicirculares. El pueblo, de recia arquitectura pétrea y
pizarrosa, se dedica a la ganadería. Antes de llegar a él ha salido
un carril a la derecha que lleva a los lugares deGascueña
de Bornova y Prádena de
Atienza, escondidos en sus respectivos valles de la
abrupta montaña, con grandes manchas de robledales que dan la
posibilidad de pasear por estos viejos bosques supervivientes de
las masivas cortas que se hicieron en los años de ebullición de
«las Minas». Desde Bustares se puede ascender por carretera a la
cumbre del Santo Alto Rey, a la que se hace una
masiva romería el sábado primero de septiembre. Allí en lo alto,
abrigados por el intenso frío, se visitará la ermita del Cristo, de
origen templario según dice la tradición, construido su altar sobre
la más eminente roca de la montaña. La luz lo inunda todo, y aunque
muchas veces la niebla impide una visión completa, cuando el tiempo
está despejado la gloria del paisaje es tal que recompensa la
ascensión y el viaje todo. Bajando de la montaña, por Aldeanueva de
Atienza se asciende al puerto de Pelagallinas y se baja ya, entre
densos pinares, hasta los Condemios.