Ruta   8 - Atienza y el Románico

10 Rutas para conocerla - 

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HISTORIA y ARTE 


Atienza ofrece la esencia de la Edad Media apresada en su figura de bastión guerrero, de burgo comercial y vigilante. Fue durante siglos un mportante cruce de caminos, especialmente utilizado para cuantos viajaban desde Aragón a Castilla o de una a otra meseta castellana, atravesando la sierra central por cómodos pasos, lo que facilitaba el comercio y transporte de mercaderías, de ejércitos también, y de mensajeros. Atienza nació en siglos remotos, pues la altura de la peña sobre la que asienta la hizo siempre lugar perfecto para la defensa. Se han encontrado restos celtíberos en su enclave y en el adjunto cerro «del Padrastro», que fue una importantísima acrópolis del pueblo arévaco, y que dio nacimiento a la ciudad de Tithya, una de las más poderosas y pobladas de la confederación numantina. Los romanos luego pusieron fortaleza en ella, y los árabes la hicieron suya, bastión defensivo ante la constante amenaza del norte cristiano. En 1085 quedó definitivamente en manos de Castilla, tras la ofensiva de Alfonso VI hasta el Tajo en Toledo. Y a partir de ese momento comenzó su crecimiento, fraguado en el permanente señorío real, en el fuero concedido a su enorme territorio, en el creciente poderío económico, sede de cientos, de miles de recueros que formaron un gremio decisorio, alcanzando a tener, protegida por tres cercos de muralla y el enorme castillo en lo alto de la roca, casi 10.000 habitantes repartidos en 14 colaciones o parroquias. Una villa así de potente y clave en las comunicaciones y las estrategias, por lógica estuvo disputada en guerras y alianzas. Sufrió en el siglo XV la conquista de los navarros, siendo tomada de nuevo para las banderas castellanas en una cruel batalla, año 1446. Los reyes la hicieron donaciones, las órdenes religiosas pusieron sus conventos, y la burguesía comercial tuvo su asiento en grandes palacios y caserones hasta que el siglo XIX, con la creación de las vías de ferrocarril, que pasaron lejos de Atienza, hicieron palidecer su estrella, y la luz alta que siempre la coronó se velara un tanto y aún se apagara del todo si no fuera por el interés que hoy despierta esta villa de cara a un turismo que desea contemplar, vivir unas horas, la fuerza auténtica del Medievo en sus calles, plazas y edificios.


El castillo de Atienza lo domina todo, con su silueta altiva, con su belleza y fuerza. En lo alto de una roca caliza alargada de sur a norte, lo único que queda es la gran torre del homenaje, de planta cuadrada, y dos pisos que rematan en una terraza desde la que se divisan amplios panoramas. También en la altura, a la que se accede por un portón posterior, se encuentra el viajero los grandes aljibes que permitieron aguantar asedios prolongados. Pero Atienza tuvo unas inmensas murallas, en tres grandes círculos concéntricos, expresivas de los progresivos aumentos de su población. Uno es muy reducido, en la altura de la peña, y marca el trazado de su albácar o patio de armas. Otro circuyó a la primitiva población, y tiene aun largos trechos de muro en pie, y algunas puertas, como la del llamado «arco de Arrebatacapas» que cobija la cuesta que comunica la plaza de abajo (plaza de España) con la de arriba (plaza del Trigo), corazón inicial del burgo medieval. Otro nivel más amplio llegó a circuir el gran poblamiento del siglo XV, incluyendo el arrabal de Puerta Caballos, la judería, y otros barrios más modernos.


En el interior del pueblo, en el que quizás lo que más llama la atención es el urbanismo plenamente medieval, los trazados de sus calles en cuestas, las plazas y los caserones con escudos, el viajero llegará a la plaza de España, o de abajo, de planta triangular, con el edificio del Ayuntamiento presidiéndola, y algunos palacios y soportales, más una fuente barroca con delfines. Por la cuesta y Arco de Arrebatacapas, escoltada de los conocidos comercios de antigüedades, se llega a la Plaza
 del Trigo, una de las más hermosas de Castilla, en la que preside la masa gris de la actual parroquia, la iglesia de san Juan, y otros edificios antiguos, como la casa de los clérigos, algunos palacios, y casa soportaladas. La iglesia de San Juan ofrece una estupenda arquitectura renacentista y un gran retablo mayor debido al pincel de Alonso del Arco. Se admira además una preciosa talla de Cristo arrodillado sobre la bola del mundo, del escultor Salvador Carmona.


Por la calle de Cervantes, la mayor del pueblo, también adornada de edificios vetustos y blasonados, se llega a la iglesia de 
la Santísima Trinidad, que ofrece su arquitectura primitiva románica en un magnífico ábside semicircular, y en el interior, ya renacentista, múltiples capillas (destaca la rococó de la Inmaculada) y en ellas piezas valiosas como el Cristo de los Cuatro Clavos, románico. Otras iglesias románicas de Atienza son: San Gil, con ábside al exterior, y en el interior, de soberbia arquitectura románica, instalado el Museo de Arte Sacro, una verdadera sorpresa inolvidable, con múltiples piezas de arte, tanto pintura como escultura y orfebrería, reuniendo gran parte del patrimonio artístico mueble de esta villa. Además se visita la iglesia también románica de San Bartolomé, en las afueras del caserío, en su parte baja, una pieza arquitectónica del siglo XIII que muestra, aislada en una pradera, su nítida belleza medieval, con galería porticada al sur, portada de arquivoltas semicirculares, y el interior, muy bien restaurado, ofrece un nuevo Museo, este denominado Paleontológico, porque su principal fondo está constituido por la donación de fósiles hecha a Atienza por Rafael Criado Puigdollers, y que se constituye en una de las mejores colecciones en su género de toda España, pero que además muestra numerosas piezas de pintura y escultura de la villa. Otra iglesia más, también románica, debe visitar el viajero. Es la de Santa María del Val, que sirvió de parroquia en la Edad Media a uno de los barrios más periféricos, y que hoy, aislada pero bien restaurada muestra su portada con curiosas figuras de «saltimbanquis» que enrollados sobre la espalda ponen sus pies sobre sus cabezas, en una versión iconográfica muy singular del románico.


Además de lo reseñado, pueden admirarse edificios como la Posada
 del Cordón, con su gran portalada adornada de grueso cordón franciscano y curioso ventanal gótico; elpalacio de los Herrera, con escudos y fachada elegante; las fuentes del Tío Victoriano, en la cuesta que baja a San Gil, y la del Santo, ya en la parte baja del burgo, junto a la carretera. Ambas muestran el escudo tradicional de armas de la villa. También en la cuesta meridional surgen las ruinas del monasterio de san Francisco, del que solo ha quedado el ábside, con estructura de estilo gótico inglés.


En Atienza merece verse la Fiesta
 de la Caballada, que se celebra cada año el domingo de Pentecostés, y que rememora la liberación arriesgada que hicieron los recueros atencinos del rey Alfonso VIII, aún niño, de las amenazas de su tío el rey de León. Consiste la fiesta en el desfile de todos los cofrades montados a caballo y ataviados con el traje y capa castellanos. Misa en la ermita de la Estrella, almoneda de productos, comida campestre de los romeros en torno a ella (los cofrades lo hacen en una sala de la hospedería aneja), baile de jotas castellanas ante la Virgen, y ya por la tarde competiciones de carreras sobre caballos entre los cofrades.


En Atienza, como en general en toda la sierra de Guadalajara, el plato fuerte de su gastronomía lo constituye el cordero y el cabrito asado, que en los restaurantes de Atienza se ofrece con probada calidad.


Para llegar hasta Atienza, desde Madrid y Guadalajara, el viajero habrá debido subir por la carretera CM-101, que partiendo de la autovía de Aragón a la altura de Taracena, pasa por Tórtola, por Torre del Burgo, donde anejo se encuentra el Monasterio benedictino de Sopetrán, con pequeña hospedería al borde de la carretera, y visita de las ruinas solemnes de su claustro y restos de iglesia; se pasa luego por Hita, la villa del Arcipreste don Juan Ruiz, que conserva íntegro su ambiente medieval entre morisco y mendocino. Los recuerdos de la Edad Media afloran nada más subir la cuesta que lleva a su plaza mayor, trasponer la gran puerta de la muralla, y entrar en el ámbito que es al mismo tiempo escenario de grandes representaciones teatrales y evocadoras del «Libro de Buen Amor» cada año. Las ruinas de San Pedro, su iglesia mudéjar por excelencia, y la subida hasta San Juan, donde decenas de lápidas sepulcrales con leyendas y escudos de sus hidalgos remotos nos asombra, bajo la sombra del castillo donde Samuel Levy, el tesorero del Rey, guardaba sus tesoros, son elementos que el viajero llevará grabados en su retina, y seguramente en su corazón, tras dejar este enclave que es la pura esencia de la Alcarria y el Medievo.


Llegados a Jadraque, antes admiraremos el altivo castillo que vigila el valle del río Henares, y que fue mandado construir tal como ahora se ve por el Cardenal Mendoza en el siglo XV, aunque existió desde mucho antes, y fue conquistado por el Cid Campeador. Desde su altura, a la que se llega sin problemas incluso con coche, el viajero quedará entusiasmado por la singularidad de la estructura, amplia y abierta, de esta fortaleza, y sobre todo por las vistas que sobre el valle del Henares, cofre de luz en cualquier época, y de las sierras centrales que se ofrecen como al alcance de la mano. En Jadraque se debe visitar también la plaza mayor típica, la iglesia parroquial dedicada a San Juan, con fachada manierista del siglo XVII y un gran altar barroco en su interior, más el cuadro de Zurbarán que representa a Cristo entregando sus vestiduras, o la talla de Mena del Crucificado. El caserón de los Perlado-Verdugo, del siglo XVIII, con enorme escudo en su fachada, ofrece en su interior la interesante «saleta de Jovellanos», lugar donde residió varios meses el estadista asturiano, y donde fue visitado por Francisco de Goya. Las pinturas, sencillas, de sus paredes, evocan la vida del político ilustrado, siendo tradición que fueron pintadas por él mismo.


Tras pasar junto a Castilblanco, y obligadamente visitar por el valle del Cañamares los pueblos de Medranda Pinilla de Jadraque, con su extraordinaria iglesia de estilo románico, gran espadaña de cuatro vanos y galería soportalada con capiteles de curiosas representaciones antropomorfas, se llega a Atienza.


Otra ruta que desde Atienza debe hacerse es la del Románico de 
la Sierra Pela. Siguiendo la carretera que lleva a Ayllón y Aranda, se visita en primer lugar la aldea deAlbendiego, en cuyas proximidades, al final de un paseo arbolado, se encuentra el templo de Santa Colomba, la más exquisita expresión del románico rural en Guadalajara. Consiste el edificio en un cuerpo de recia sillería de tonos rojizos, con planta de nave única a la que se accede por portalón meridional que fue reconstruido en la época gótica. A los pies, alta espadaña de remate triangular, con tres vanos, y en la cabecera, al exterior, precioso ábside semicircular escoltado por dos cuerpos de capilla de planta cuadrada. En el exterior del ábside lucen, además de haces de columnillas, tres altos ventanales cuyos vanos se ocupan por celosías de piedras en las que se inscribe repetidas veces la cruz de San Juan. En los ábsides adjuntos, con ventanales de arcos ajimezados, se ven talladas las exalfas o estrellas de Salomón. En el interior, de increíble belleza por la umbría que crean sus cerrados muros y la luz que tamizada penetra desde las únicas ventanas caladas del ábside, se admirarán las dos pequeñas capillas laterales de la cabecera, que se adornan de capiteles perfectos con decoración animal y vegetal.


Más adelante, y pasado el pueblo de Somolinos con su gran laguna formada por la morrena de un antiguo glacial, del que quedan huellas en los roquedales que acompañan a la carretera que asciende al páramo, se llega a Campisábalos, a más de 1.400 metros de altitud, donde debe visitarse la gran iglesia parroquial, también espléndida pieza del arte románico rural. En ella sorprende el ábside, semicircular, cuajado de capiteles y canecillos con curiosas escenas de caza; el atrio que cobija la portada principal, de solemnes arcos semicirculares. El interior del templo, de una sola nave, impresiona por la belleza de su conjunto, y especialmente de su ábside de cuya bóveda cuelga exenta una talla de Cristo crucificado. Adherida al templo parroquial, en su muro sur, se ve la capilla del caballero san Galindo, que viene a ser como otra pequeña iglesia románica fundida con la parroquial. Ofrece esta capilla una portada de arcos semicirculares, arquivoltas decoradas con elementos geométricos, capiteles y canecillos, viendo sobre su muro externo un completo «mensario» con ruda representación de los meses del año en faenas agrícolas. El interior de la capilla, pequeña y hermosa, nos sorprende con su bóveda encañonada, su arco triunfal sostenido por capiteles en que aparecen grifos, arpías y centauros, y una pequeña ventana de calada piedra que es la única iluminación de la cabecera del templo.


Desde allí se sigue a Villacadima, solitario lugar donde surge otra iglesia románica, con portada del estilo en la que destacan sus arquivoltas de inhabituales decoraciones geométricas, capiteles de lo mismo, y canecillos con variada decoración. Hoy restaurada y rescatada de una segura ruina, puede admirarse su interior, de grandes arcos que llegan al suelo, a través del abierto portón protegido por reja.


Desde Villacadima se baja hacia el alto Sorbe, y entre roquedales, pinares y praderas siempre verdes, se alcanzan lugares de interés viajero como Cantalojas Galve de Sorbe. En Cantalojas, la ruta se dirige hacia el interior de la sierra, siguiendo la pista que nos lleva al Hayedo de Tejera Negra, declarado Parque Natural, y que merece ser recorrido a pie para admirar no solamente los ejemplares, escasos, de hayas, robles y avellanos que conserva, sino especialmente por admirar sus espléndidos paisajes serranos, puros y limpios en sus horizontes, grandiosos en sus altos picos nevados, de los que surge como atalaya perenne el llamado de la Buitrera.


Siguiendo el curso del Sorbe se llega a Galve, finalmente, donde se admira en la altura de su cerro vigilante el castillo de los Estúñiga, un impresionante edificio medieval en el que sobre sus altos muros desafiantes se alza la mole de la torre del homenaje, cuajada de escudos, de torreones y matacanes. En el entorno de Galve, y de sus cercanos Condemios (de arriba y de abajo) los pinares inacabables, limpios y bien cuidados dan pie para hacer por ellos excusiones y admirar una flora y una fauna de verdadero interés.