Ruta   3 - Brihuega

10 Rutas para conocerla - 

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EL JARDÍN DE LA ALCARRIA



A Brihuega la llaman «el jardín de la Alcarria». Se llega desde Guadalajara por la autovía de Aragón, desviándose en Torija, y muy pronto se alcanza el hondón del valle del Tajuña, donde se ofrece Brihuega altiva y enamorada. La luz del valle, que es intensamente verde en primavera y dorado al cabo del verano, permanece todo el año, y en el otoño tiene encendidas las velas de sus choperas, dejando en el invierno que la ceniza de tanto fuego se estremezca en las heladas madrugadas de neblina. Esta visión del valle es la que tendrá, vaya cuando vaya, el viajero desde el mirador de Santa María. La decidida belleza de la Alcarria se condensa en este lugar, en esta villa a la que también llaman «la roca del Tajuña» por estar asentada sobre la gran peña bermeja que la hizo fuerte y señora.


El significado de su nombre, Brioca en las crónicas antiguas, es el de «peña fuerte», lugar fortificado. Ese fue su sentido estratégico desde que la poblaron los iberos muchos siglos antes de Cristo. También los romanos hicieron en ella población, y los árabes alzaron ya su castillo, siendo territorio predilecto del rey taifa de Toledo, al-Mamún. La conquista por las armas cristianas se produce en la ofensiva general de 1085 cuando Alfonso VI conquista Toledo y toda la cuenca del Tajo. Es donada enseguida en señorío a los obispos de Toledo, que aquí ponen no solo su autoridad, sino gran interés en hacer crecer la población, para acompañar a su gran castillo de residencia temporal generalmente veraniega. La villa de Brihuega conoce un gran desarrollo durante la plena Edad Media, sus ferias centran la economía de la comarca, y se despliega la enorme muralla que salvaguarda esa riqueza y la hace indiscutiblemente preeminente entre todas las aldeas del contorno. Los obispos no dejaron de ayudar al burgo, levantando iglesias y promocionando industrias para dar ocupación a los pobladores. En el siglo XVI hay un cambio temporal de señorío, que vuelve a la Corona, y en el siglo XVIII, tras haber sufrido un duro asedio en la Guerra de Sucesión, y ver entrar victorioso dentro de sus muros al rey Felipe V, el primer Borbón en España, se levanta la Fábrica de Paños que la daría fama durante siglos, y sobre todo de comer a sus habitantes.


En Brihuega hoy queda solo el resplandor de aquellos siglos, y una oferta turística que permite pasar el día recorriendo sus calles cuestudas, admirando sus monumentos religiosos y civiles, y mirando el valle del Tajuña desde Santa María, asombrándose de la luz que derrocha el paisaje. Aunque no es lo primero que el viajero ve, en Brihuega deben admirarse sus murallas, muy bien restauradas, y algunas de las puertas que las atravesaban, como la de 
la Cadena, que da frente al parque umbroso de María Cristina, y la de Cozagón, por donde se entraba cuando los viajeros venían de Toledo, y que junto a la plaza de toros muestra su estructura medieval de arcos elevados dando paso a un espacio cerrado por muros.


En punto a iglesias, Brihuega ofrece algunos edificios singulares. El mejor es sin duda el templo dedicado a la patrona, Nuestra Señora de 
la Peña. Dentro de un espacio cerrado, que fue albácar del castillo moro y cristiano, y al que llaman «prado de Santa María», se alza este edificio construido en el siglo XIII por orden del arzobispo toledano Rodrigo Ximénez de Rada. Tras su portada norte, que sirve de acceso bajo un atrio breve, y que ofrece una bella constitución a base de arcos apuntados y profusa decoración vegetal, se entra en el recinto de tres naves y ábside semicircular y profundo. La visión del interior admira por lo conjuntado de su arquitectura, que es de un gótico incipiente, muy cargado aún de iconografía en sus capiteles. En el altar mayor está la imagen románica de Santa María de la Peña, una talla «negra» que según la leyenda se apareció a la princesa mora Elima en un recoveco de la roca rojiza sobre la que se apoya la iglesia. Se baja a la cueva por una escalera exterior, y allí se encuentra una pequeña capilla con talla moderna de María y un pavimento acristaldo que señala el lugar de la aparición.


Por Brihuega quedan todavía para admirar los templos de San Miguel, de portadas de transición entre el románico y el gótico, con ábside y torre de tradición mudéjar, y el de San Felipe, en la parte alta, que es realmente un templo hermoso, con portadas magníficas del mismo estilo transicional, y un interior de tres naves, estrechas y altas, solemnes, con un final presbiterio lleno de encanto litúrgico. Es medieval todo, piedra y silencio.


Además verá el viajero el castillo de origen moro y ocupación cristiana, arzobispal. En lo más alto del caserío, sobre otro bloque rocoso, destacan sus muros, su patio central hoy ocupado de tumbas y sus recintos adyacentes que sirven de cementerio. Lo mejor de todo, la capilla que los arzobispos construyeron en estilo gótico muy elegante, está siempre cerrada. En el recinto del prado de Santa María, cerrado por la muralla que formaba el patio de armas castillero, encontrará el viajero una fuente, una avenida de plátanos gigantescos, la capilla del Cristo, profunda y larga cubierta de una bóveda de medio cañón, la entrada al castillo y la fachada de la iglesia de Santa María, el antiguo convento de franciscanos, hoy Escuela de Restauración, y la Casa
 de los Gramáticos, todo ello expuesto al mundo por sendas puertas abiertas en la recia muralla. Un lugar irrepetible.


En Brihuega debe admirarse además la Plaza Mayor, el «coso» que llaman, con su Ayuntamiento, sus casas típicas, las dos fuentes gigantescas y la antigua cárcel (hoy biblioteca) que mandó construir Carlos III. En lo alto de la villa, la masa inmensa de la Fábrica
 de Paños, tiene de interesante su fachada neoclásica, su edificio de «la Rotonda»donde se realizaban siglos atrás todas las tareas propias de la fabricación de paños, y sobre todo los hermosos jardines que construyera don Justo Hernández Pareja mediado el siglo XIX y a los que se llama versallescos aunque en realidad son unos encantadores vericuetos que dan alegría, verdor, sonido de aguas y olor a boj en medio de la secarrera de la Alcarria.


Los viajeros que gusten de emociones fuertes deben venir a Brihuega en el verano, concretamente los días de la fiesta en honor de la virgen de la Peña, mediado agosto. Tiene lugar entonces el «encierro de Brihuega» que consiste en correr los toros de lidia por las empinadas calles, y soltarlos al campo hasta la noche, o el día siguiente, en que ya recogidos en el «corral de San Felipe» son nuevamente corridos hasta la Plaza de Toros, donde se lidian y matan.


Antes de arribar a Brihuega, el viajero habrá parado en Torija, para admirar una vez más la hermosa plaza mayor, en la que destaca el gran castillo que fue de los Mendoza, entre otros, y que hoy restaurado ofrece sus altos muros de piedra, su estampa valiente y digna, su Torre del Homenaje donde se ofrece el Museo del «Viaje a la Alcarria» de Camilo José Cela, con fotos y recuerdos personales del autor de este libro único. En la iglesia parroquial de Torija se admira su arquitectura renacentista, con los enterramientos presbiteriales de sus vizcondes, los Mendoza Suárez de Figueroa, y una gran profusión de escudos enormes, policromados, sobre muros y bóvedas. Luego se seguirá camino porFuentes de 
la Alcarria, espectacular enclave puesto sobre una estrecha peña, y rodeado del hondor del arroyo Matayeguas, con una picota a la entrada, restos de su castillo, y templo parroquial dedicado a Nuestra Señora de la Alcarria. Ya en el valle, el viajero admirará lugares tan típicamente alcarreños como Valdesaz Caspueñas, con sus caseríos rodeados de arboledas, hortales, y cuestas preñadas de chaparros, olivos y luz, siempre la luz rodando por las abiertas riberas de la Alcarria.


Desde Brihuega puede hacerse una agradable ruta bajando junto al Tajuña. Pasada la estrechez del río donde se alza, romántico, el edificio de Nueva Brahjamandala que hoy es sede de la fe Hare-Krishna en España, se llega a villas como Romancos, en que destaca su iglesia de portadas de aire gótico, de grandes capiteles y oscuras gollerías talladas; como Tomellosa, en la que luce su plaza mayor y el Ayuntamiento de tradicional estructura soportalada, más la iglesia paroquial con arquitectura renacentista y retablo de la época; como Balconete, ya en la altura, que ofrece su larga calle mayor retorcida y cuajada de edificios típicos, a los que se añade el templo parroquial, ocupado el muro final de su presbiterio con un espectacular retablo de pinturas, del siglo XVI, y una capilla dedicada a la Inmaculada con una estupenda talla de la titular. Al final del pueblo está la picota que proclama su título y capacidad de villazgo: es gótica y de las mejores de la Alcarria. Todavía siguiendo el río podemos admirar el pueblecito de Archilla, y desde lo profundo del valle admirar Valfermoso, en la altura, cerca del cual parte la carretera que va a recorrer otro de esos encantadores e íntimos valles alcarreños, el de San Andrés, por el que subiremos despacio admirando sus pueblos, que son Romanones primero, con recuerdos de antigüedad romana cono su propio nombre proclama; Irueste, de agradable visión en cuesta; Yélamos de Abajo y Yélamos de Arriba, dos hermanados y singulares enclaves en los que verá el viajero todo lo que en la Alcarria busca: plazales umbrosos, castilletes derruidos, picotas de villazgo, fuentecillas y huertos regados por el río entre densas manchas de orondos nogales, que aquí producen la mejor nuez de la comarca. Finalmente, ya casi en la altura de la meseta, San Andrés del Rey, con su templo de raíces románicas.


Si desde Brihuega tomamos el camino, también junto al río Tajuña, que nos lleva hacia el norte, aguas arriba, nos encontraremos con lugares encantadors como el rincón de Cívica, una curiosa finca en la que surge a veces el agua de la caliza y porosa roca, y en la que sus dueños (monjes dicen que fueron en tiempos muy remotos) construyeron pasadizos, balconadas, cuevas y miradores. Poco después se llega a Barriopedro, mínimo lugar que ofrece la portada románica de su templo; más arriba a Valderrebollo, con su gran plazal en el que luce la picota, un escudo de la Inquisición, y un templo de portalada románica muy pura; llegamos, finalmente a Masegoso, con un pequeño museo de tema agrícola, y desde allí tomamos la carretera que sigue acompañando al río hasta El Sotillo, donde se admira en la iglesia a la Virgen de Aranz, a la que unos pastores (no hace falta decir que eran vascos) encontraron junto a un espino; un paraje encantador que requiere paseo a pie y que llaman «los frailes» porque tiene unos roquedos enhiestos y oscuros sobre las praderas húmedas; y finalmente Las Inviernas, ya en la meseta alcarreña más alta, con una portada románica interesante en su iglesia.


También desde la parte alta de Brihuega debe hacerse otra breve ruta que discurre por la meseta cerealista de la Alcarria, casi paralela a la autovía de Aragón. Primeramente se pasa junto al monolito que se colocó a principios del siglo XX en recuerdo del lugar donde se produjo la batalla de Villaviciosa, definitivo y terrible encuentro militar entre los ejércitos de Vendôme (el francés ganador) y Stanhope (el inglés/austríaco perdedor) que selló la Guerra de Sucesión en 1711 y puso en el trono de España a la dinastía borbónica. Pasando al pueblo, encontramos de notable una pequeña iglesia con trazas románicas, al menos en su ábside, y las ruinas del que fue gran monasterio de San Blas, de la Orden de San Jerónimo, y del que solo pervive una alta torre y una portalada barroca que servía de ingreso al templo. Siguiendo la llanada se alcanza Yela, un pueblecillo que fue reconstruido tras la Guerra Civil española, y que parece estar centrado por su iglesia parroquial, un extraordinario edificio de estilo románico, muy completo aunque muy restaurado: su galería a sur y poniente, su gran puerta de arquerías semicirculares, su ábside y su espadaña, dan la clave de una arquitectura pura y medieval perfecta. Por Hontanillas se alcanza finalmente la autovía de Aragón.