Guadalajara tiene su nombre heredado de los árabes. En la Edad Media la llamaban Wad-al-Hayara, que significaba «el valle de los castillos», porque capitaneaba, desde su altura, el ancho valle del Henares en cuya orilla izquierda estaban erguidas las mejores alcazabas defensivas de la Marca Media de Al-Andalus.
Conquistada en 1085 por el ejército del Rey Alfonso VI, gracias a
una acción arriesgada de su capitán Alvar Fáñez de Minaya, durante
varios siglos dio acogimiento pacífico a gentes de las tres
religiones tradicionales en España: los árabes, los judíos y los
cristianos. Al igual que Toledo, la Guadalajara medieval fue un
modélico lugar de encuentro de las tres culturas.
Los musulmanes se mantuvieron como arquitectos y artesanos,
confiriendo a la ciudad un aire marcadamente mudéjar, que mantuvo
largos siglos, casi hasta nuestros días. Los judíos ejercieron sus
tareas de comerciantes y médicos, y los cristianos, la clase
dominante, la más numerosa también, afianzó el poder real en esta
comarca clave en la estrategia de control del importante paso del
Henares entre Castilla y Aragón.
Desde el siglo XIV, un linaje alavés se estableció en la ciudad de
Guadalajara, poniendo en ella sus casas mayores y la fuerza
política de un grupo familiar que resultó ser clave en el
equilibrio de fuerzas del turbulento siglo XV. Los Mendoza
crecieron en número y poder, recibiendo de los reyes de la casa
Trastamara señoríos numerosos por la tierra alcarreña y campiñera:
señores de Buitrago e Hita, de Mondéjar y Tendilla, de Torija y
Cogolludo, de Pioz y Tamajón, nunca sin embargo llegaron a
conseguir el señorío jurisdiccional de Guadalajara ciudad, que
siempre se mantuvo de realengo: los Mendoza fueron, en todo caso,
sus más ricos vecinos.
El poder de los Mendoza quedó marcado y signado en Guadalajara a
través de una larga relación de beneficios a sus ciudadanos y de un
denso catálogo de edificios y obras de arte. En el siglo XVI, los
Mendoza duques del Infantado, mantuvieron en su gran palacio gótico
una verdadera «corte» literaria y humanista, en la que florecieron
tanto poetas y filólogos, como alumbrados y pietistas seguidores de
Erasmo. Se imprimieron libros, se hicieron reuniones literarias, y
hasta don Iñigo López de Mendoza, el cuarto duque, escribió unas
«vidas paralelas» de grandes hombres de la Antigüedad, muy en el
estilo de su admirado Plutarco.
A partir del siglo XVI la ciudad entra en una rutina burguesa de la
que saldría en épocas posteriores a fuerza de enhorabuenas y
desgracias. Las enhorabuenas fueron la creación por el gobierno
ilustrado de los Borbones, a mediados del siglo XVIII, de la gran
Fábrica de Paños que la hizo ciudad industrial y conocida
internacionalmente. Las desgracias fueron el paso de las Guerras (y
de sus correspondientes ejércitos) de Sucesión y de Independencia.
Vino después la creación de la Academia de Ingenieros militares
(arrasada por un incendio en 1923) y luego la Guerra Civil, que
redujo la población a cifras mínimas, y a condiciones lamentables
de atraso, de la que salió finalmente a mediados de este siglo,
alcanzando hoy una población de más de 70.000 habitantes, un rango
universitario propio, y un círculo de polígonos industriales que la
entregan el grado de capital de provincia tradicional y deliciosa
para vivir en tranquilidad cerca de la ciudad grande, de ese Madrid
que en muchas cosas la detiene y engulle.
Una treintena de edificios y entornos monumentales puede visitarse en Guadalajara. Los imprescindibles son el palacio del Infantado, el mejor del gótico civil en Castilla. Construido a finales del siglo XV, su diseñador fue el arquitecto Juan Guas. Destaca la gran fachada, orientada al norte, en la que asombra su arco de entrada, profusamente decorado con detalles góticos, sumado del gran escudo del constructor, el segundo duque del Infantado don Iñigo López de Mendoza, escudo sostenido y protegido por dos figuras de salvajes. Además destaca la galería superior con garitones y arcos conopiales, todo sobre una cenefa de mocárabes, quedando como el elemento más característico del conjunto las cabezas de clavo que en disposición de sebka árabe se distribuyen por la fachada, construida en dorada piedra de Tamajón.
En el interior destaca el patio de los
Leones, perfecto de proporciones, con arcos mixtilíneos en
los que aparecen tallados entre profusa decoración gótica los
escudos del constructor y su esposa doña María de Luna, escoltados
en la galería baja por leones y en la alta por grifos. En diversas
salas bajas de este palacio aparecen sus techos decorados al fresco
por Rómulo Cincinato a finales del siglo XVI, en un estilo
manierista florentino, con escenas de la historia de los Mendoza y
fábulas mitológicas alusivas al discurso de la vida. Este palacio
alberga hoy el Archivo Histórico Povincial, la Biblioteca y el
Museo Provincial de Bellas Artes.
Imprescindible también es la visita al palacio de
Antonio de Mendoza, en la parte baja de la ciudad.
Construido a finales del siglo XV por Lorenzo Vázquez, ofrece una
portada de puro estilo italiano con pilastras adornadas de trofeos
militares, y en su interior el patio de proporciones perfectas, con
capiteles del primer renacimiento alcarreño y grandes zapatas de
madera. Escalera de honor con artesonado tallado, todo de comienzos
del XVI. Anejo a este palacio está la capilla
de la Piedad, sencillo templo con
portada de arrebatado preciosismo plateresco, obra de Alonso de
Covarrubias, lo mismo que el enterramiento de la fundadora, Brianda
de Mendoza, sobre el presbiterio.
Imprescindible en Guadalajara es la visita al conjunto
del Panteón y Fundación de San Diego,
mandados construir por la Duquesa de Sevillano, diseñados y
dirigidos por el arquitecto Velazquez Bosco, en los años finales
del siglo XIX. En las afueras de la ciudad, al final del Paseo de
San Roque, aislado entre jardines de romántico sabor, se encuentra
el enorme edificio del Panteón, a cuyo templo se asciendo por
solemne escalera que lleva hasta el recinto de nave única y espacio
cruciforme, con altos muros recubiertos de mármoles y mosaicos, que
especialmente en la cúpula, donde un bloque de ángeles acompañan a
la Virgen en su coronación, dejan suspenso cualquier ánimo.
Magnífica es también la cripta donde está el grupo funerario del
enterramiento de la fundadora, tallado en mármol y basalto
representando un féretro llevado por ángeles, obra de Angel García
Díez. Se puede visitar, con permiso especial, el interior de la
Fundación, donde destaca el gran patio de «revival» románico. La
iglesia aneja, hoy parroquia de Santa María Micaela, es también un
edificio complejo y hermoso, con decoración de eclecticismo
mudejarizante.
En Guadalajara cabe aún admirar otros muchos edificios
monumentales. Entre ellos, la iglesia gótico-mudéjar
de Santiago, antiguo convento de Santa Clara, de tres
naves, pilares de piedra caliza y muros y arcos de ladrillo, lo
mismo que el presbiterio y capillas de la cabecera. Es del siglo
XIV.
El templo arciprestal de Santa
María la Mayor es obra también
mudéjar, de la que destacan sus tres puertas de arcos de herradura,
de ascendencia siria, y la torre de origen almohade, hoy rematada
en chapitel. En su interior, modificado, destaca el retablo mayor,
obra manierista de talla policromada, de Francisco Mir.
Muy cerca está la capilla de Luis de Lucena,
también en estilo mudéjar, de mediado del siglo XVI. Al exterior,
todo en ladrillo, arcos, garitones almenados y aleros. Al interior,
pinturas manieristas florentinas, de Rómulo Cincinato, de finales
del XVI, con escenas bíblicas, profetas y sibilas.
Siguiendo la vieja calle de Barrionuevo (hoy de Ramón y Cajal) se
llega al monasterio de San Francisco, del que
debe verse su iglesia, de una sola nave con capillas laterales poco
profundas, y bóveda de crucería, gótica, del XV. En la cripta,
impresionante panteón mortuorio de la familia Mendoza, similar al
de los Reyes en El Escorial. Claustro franciscano en ladrillo,
severo y grande.
Las iglesias más destacadas de la ciudad son San
Ginés, en el plazal de Santo Domingo, con gran fachada de
piedra caliza y en el interior restos de los enterramientos góticos
y platerescos de diversos miembros del linaje Mendoza.
Y San Nicolás, antiguo templo del Colegio de
Jesuitas, un pequeño «Gesú» provinciano, de suntuoso crucero con
cúpula hemiesférica, con profusión de yeserías barrocas, y al fondo
el monumental retablo churrigueresco, rematado en grupo de la
Trinidad.
Además puede verse el viejo puente sobre el
Henares, de origen romano y construcción califal, siglo X.
Los restos de la muralla
medieval perviven en tres torreones vigilantes de
puertas: el de Alvar Fáñez, junto al palacio del Infantado, y los
del Alamín y Bejanque, en el costado norte.
En las afueras de la ciudad, a 6 kilometros camino de Cuenca, parar
a ver el poblado de Miraflores, también de
Velázquez Bosco, con gran palacio central, capilla y curioso
paloma.
En las salas bajas del Palacio del Infantado, el Museo Provincial de Bellas Artes ofrece algunas piezas de interés. En la primera sala, bloque sepulcral de doña Aldonza de Mendoza, en estilo gótico castellano, con escudos y leyenda tallada, de 1435. Grandes lienzos de temas religiosos, de Alonso Cano, Carreño de Miranda, Alonso del Arco, Bartolomé Román y unos grupos de terracota policromada, de la Roldana, bellísimos.